#10 Entrar en acción
A veinte años del estreno de El Aura, de Fabián Bielinsky, indagamos como detectives en ese policial magistral en busca de nuestro destino, el del cine y algo de judaísmo.
“Unos segundos antes yo ya sé que voy a tener un ataque, hay un momento, un cambio, los médicos le dicen Aura. De pronto las cosas cambian, es como si el mundo se detuviera, si abriera una puerta en la cabeza que deja pasar ruidos, música, voces, imágenes, olores… y ahí sé que el ataque es inminente, que no se puede hacer nada para evitarlo, es horrible… y perfecto, porque durante esos segundos sos libre, no hay opción, no hay alternativa, nada para decidir. Todo se ajusta, se estrecha y uno se entrega”.
Ricardo Darín despierta tirado en el piso de un cajero, confundido y rodeado de papelitos. La primera escena de El Aura1 podría ser la continuación de Nueve Reinas, pero Fabián Bielinsky elige seguir ese sensacional éxito con una obra más personal. Si bien está dentro del género policial, la película tiene trasfondos filosóficos, casi religiosos, que pueden trazar una línea directa hacia su propia trayectoria. Ambas películas siguen vigentes hoy: Nueve Reinas por la crisis social —entre criptoestafas, el eterno retorno del 2001 y un dólar amenazando con explotar—; y El Aura de una manera más específica en el siempre difícil (hoy más que nunca) mundo del cine. Ya que esta obra maestra cumple su 20 aniversario, vale la pena diseccionarla para profundizar en ella.
El observador
Después de encarnar al carismático estafador de Nueve Reinas, Ricardo Darín se puso en la piel de Espinosa, un taxidermista antipático, epiléptico y ausente que diseca animales mientras su mujer lo reclama detrás de un vidrio esmerilado. Parece tan muerto como los animales que lo rodean, pero él tiene una pasión dormida: fantasea robos a bancos con su minucioso poder de observación y una memoria prodigiosa. Es como si esperara su turno; y cuando su mujer lo deja, llega su oportunidad. ¿Será capaz de tomarla?
Todos somos más inteligentes que los demás, hasta que hacemos algo. Cuando un periodista deportivo se anima a dirigir un equipo de fútbol, pone en riesgo todo. Cinco partidos malos y estás afuera (pregúntenle al Mago Capria). Lo mismo sucede con un crítico de cine en su ópera prima. Esto Bielinsky lo sabe mejor que nadie, porque trabajó veinte años como asistente de dirección, estudiando de cerca a cineastas como Wim Wenders, Eliseo Subiela o Carlos Sorín, entre muchos otros. De todos aprendió, pero tomar decisiones es otro tema. Como ejemplo está Quentin Tarantino, que desde un videoclub pasó al otro lado del mostrador, filmando los fines de semana por tres años hasta darse cuenta de que su película era un asco. Y después expresó esa decepción en Perros de la Calle, cuando Tim Roth repasa cómo sucederá un robo, mientras vemos paso a paso el plan perfecto. La realidad, finalmente, es impredecible.
Esa lenta transición del observador a un hombre de acción es una de las mejores secuencias de El Aura: vemos a Espinosa sentado en su cuarto y, sin modificar su posición, pasa a estar en el aeropuerto, en el avión y en un jeep, yendo hacia su destino. Este hombre pasivo, analítico y aburrido tendrá un accidente en ese viaje de caza: por su epilepsia, sin querer, mata a un tipo. Y entonces aparece la tentación de ser otro, porque poco a poco va tomando su lugar. Como un guionista que desea ser director. Pero no es fácil perder la ilusión de control. “Si querés hacer reír a Dios, contale tus planes”.
El caos del rodaje
“Trabajar con Bielinsky al comienzo fue complicado, porque era un director muy exigente y sus exigencias no concordaban con el presupuesto que tenía para realizar el film”, contó Pedro D'Angelo, el jefe de producción de Nueve Reinas. Los rodajes suelen ser caóticos. El guión y el montaje, en contraste, es todo sobre el control. Ya lo dijo Sean Baker al recibir su Oscar por Anora: “Yo salvé la película en edición, ¡ese director no debería trabajar de vuelta!”. En mi caso, soy un guionista que se animó a dirigir y aprendió a editar para no perder ese control. Nunca resulta igual de satisfactorio abandonar la historia a mitad de camino. “Era tan redondo el guion, de una forma tan perfecta, que me sorprendía que no encontrara productor”, dijo Marcelo Salvioli (director de arte), que siguió el largo proceso de Bielinsky hasta dar luz verde a Nueve Reinas. Por fin tenía que pasar a la ¡Acción!
“Filmábamos por asalto. Estábamos todos metidos en una combi y de pronto al grito de ¡Aura! nos mandábamos a la calle y hacíamos la escena”, recuerda Darín. Así lograron insertar a los personajes en la realidad de microcentro, sin gastos extraordinarios, pero con ciertos riesgos: en la corrida en Puerto Madero, Gastón Pauls se fracturó la pierna. Y semanas más tarde, el propio Darín se desgarró corriendo la misma cuadra. Cuando los planes cambian, hay que tener buenos reflejos.
En El Aura, Espinosa cree tener todo pensado, pero al momento de la verdad sucede lo inesperado: hay un tercer hombre dentro del camión blindado. Y eso lo cambia todo. Su contacto del casino, al que le robarán la recaudación, decide abrirse. Pero Espinosa, como Bielinsky, da un paso adelante. Se encamina a su destino aceptando el peligro que implica no saberlo todo. No es fácil para un estudioso como él. Las películas de acción son para los héroes: actuar es de macho (en el peor sentido). El tipo al que reemplazó le pegaba a su mujer: “Acá el que manda es mi marido”, aceptaba Dolores Fonzi. Entre hombres que cazan, que disfrutan de matar, se encuentra este antihéroe.
No debe haber sido fácil para Bielinsky atravesar el inmenso éxito de Nueve Reinas: un millón y medio de espectadores, treinta premios internacionales, estreno en 22 países, remake en Hollywood. Por suerte lo agarró de grande, con la sabiduría para plasmar en su siguiente película los desafíos que pasó, filmando cine de género. Como lo hacen los grandes.
El judaísmo oculto
Hay directores que ponen su judaísmo en el poster, como Daniel Burman (y recientemente Suar, que empapeló la ciudad por el estreno de Mazel Tov), pero otros prefieren esconderlo. Para encontrar las raíces de Bielinsky en sus películas, hay que ser tan atento como Juan, el personaje de Gastón Pauls en Nueve Reinas, que, en un golpe de vista, identifica en la pared de una viejita judía el certificado de la Jewish Colonization Association, la asociación creada por el barón Mauricio Von Hirsch, que compró tierras argentinas al final del siglo XIX para alquilarlas a miles de judíos que huían de los pogroms. Con ese detalle improvisa una historia familiar inventando que comparte rabino con la señora. Así se gana su confianza, y la de Darín, que lo estaba poniendo a prueba. La rapidez de su estrategia indica que Juan tal vez sea judío.
“Bielinsky no le da la espalda al judaísmo, nos recuerda sin decirlo que los judíos también vivimos aquí”, escribe Carolina Rocha, en el libro Evolving Images: Jewish Latin American Cinema. Las Nueve Reinas son, a su vez, estampillas raras de la República de Weimar. Tal vez las mismas que busca el documental The Stamp Thief, proyectado recientemente en el Bafici.
El Aura también refleja a su manera el pasado nazi en Argentina. “La precariedad del cuerpo del personaje de Darín (epiléptico) resuena con la del cuerpo político judío, a la merced de otra nación”, arriesga Rocha en su análisis. Y agrega que su amigo se apellida Sontag (judío), mientras que el violento cazador es Dietrich, un alemán, gentil, que reside en la Patagonia. Tal vez sea algo forzado, pero según ella las referencias judías “son visibles solo para quienes conocen los signos”. Como en la icónica escena de Nueve Reinas donde muestran los crímenes que suceden a plena vista. Analicemos entonces el trasfondo de la película desde el punto de vista judío.
Cuando Espinosa toma el rol del hombre que mató, su esposa no lo cuestiona. Incluso parece alentarlo, prestándole la camioneta de su marido. Él la lleva a una iglesia, pero ella no se siente religiosa: “Es un lugar a donde estar, un lugar mío”. Su personaje es alguien que repite su historia: fue rescatada de un padre violento por un marido golpeador. “Él me va a encontrar, siempre”, dice temerosa, y no sabemos si se refiere a su esposo, a Dios, o a su propio destino. El personaje de Dolores Fonzi espera que la salven. Su hermano menor (Nahuel Pérez Biscayart), en cambio, está dispuesto a matar o morir. Él propone robar un casino porque quiere jugarse la vida.
Estos personajes representan dos actitudes opuestas y yo, personalmente, me identifico con el hermano, porque esperar es de las cosas que más detesto en la vida y siempre sentí que nuestras decisiones nos definen. Por eso demoro tanto en decidir cualquier cosa, estoy lleno de dudas, y me apoyo en las casualidades, en el I Ching o el guía que esté disponible para sentirme menos solo al elegir. ¿Pero qué dice el judaísmo con respecto al destino? En Mishlé (Proverbios) se lee: “El corazón del hombre traza su camino, pero Dios dirige su paso”. ¿Y qué postura toma la película?
Matar o morir
El protagonista se apellida Espinosa, como Baruj Spinoza, el filósofo judío neerlandés que desarrolló ideas controvertidas con respecto a la Torá. De hecho, emitieron un jerem en su contra, expulsandolo de la sociedad judía a los veinticuatro años, en 1656. ¿Cuáles eran sus ideas? Una de las más famosas es el determinismo, que sugiere que no hay libertad de elegir, pero al menos podemos aceptar nuestro destino superando las pasiones que nos ciegan para alcanzar cierta paz. Y es en gran parte la actitud del protagonista, que se deja llevar por una vida tranquila hasta que, casi sin darse cuenta, una serie de extraños sucesos lo ubican como líder de una banda de ladrones, justo como lo soñó. Espinosa no actúa, apenas reacciona. Es un espectador de su propia vida, pero poco a poco el destino lo va tentando. El mejor ejemplo es la secuencia del robo, donde llega justo a tiempo para ver en primera fila cómo todo sale mal y, luego de un tiroteo, sigue a uno de los ladrones hasta su lecho de muerte para sacarle una llave alrededor del cuello. ¿Qué puerta abrirá?
Paciente, cada vez con mayor confianza, Espinosa se permite salir de la anestesia, volver a vivir, como si tomara control de su destino por primera vez. Todas las fichas van cayendo en su lugar, hasta que aparece el inesperado tercer hombre y, enseguida, un inoportuno ataque epiléptico, ese que lo mantiene preso de su cuerpo, libre de la carga de tomar decisiones. Nada está en nuestro control, diría el filósofo, hay que rendirse al fluir de la naturaleza. Pero Espinosa da pelea hasta tener que decidir entre la vida y la muerte de otra persona. Y, como buen neurótico, decide dos veces: primero imagina matarlo y luego aprieta el gatillo en la vida real. Así se convierte en un hombre de acción. Y regresa a su apacible vida de taxidermista, justo como empezó. En apariencia, porque en vez de los ojos gélidos de sus animales disecados, esta vez nos adentramos en la mirada salvaje del perro lobo que adoptó. ¿Nada cambió? Tal vez algo cambió dentro suyo, que es lo importante. Como dice la Mishná, “todo está previsto pero el hombre tiene libre albedrío”.
La espera del Cine Argentino
Fabián Bielinsky escribió la idea de este taxidermista parco y observador a los 22 años. Desde entonces dormía en un cajón bajo el título de Un amigo del señor Dietrich. El guion de Farsantes (Nueve Reinas), por otra parte, lo terminó en 1995, pero como explicaba él “nadie quiso producirlo” hasta el 2000. Su paciente espera me hace pensar en todos los proyectos que todavía no hice. Para no dejarlos morir pensé en convertirlos en novelas gráficas (lástima que no sé dibujar) o en transformarlos en cuentos.
Ahora mismo estamos esperando. La industria del cine en Argentina está parada: el INCAA no produjo una sola película entre el año pasado y lo que va de este. Solo sacaron un concurso, pero como no quieren pagarles a los jurados y nadie quiere evaluar 500 proyectos gratis (tampoco corresponde), los guiones se acumulan. Y mientras tanto estamos como Espinosa, esperando a entrar en acción, a que el destino abra alguna puerta para desempolvar del cajón esas películas dormidas. Como si no quedara otra que esperar la oportunidad y entonces sí, tirar a matar.
Cansado de escribir, el año pasado salí a filmar un corto con amigos, con el equipo más reducido posible. Quería averiguar cuál era el costo mínimo de rodaje, usando lo que tenemos a mano: amigos, una cámara, la ciudad, nuestro trabajo. Se puede. Ahora falta saber si el mercado paga ese trabajo una vez terminado. Algunos ya estamos grandes para jugar a filmar. Y entonces pienso en Bielinsky. Tal vez él nunca hubiera hecho Nueve Reinas si no ganaba el concurso de “Nuevos talentos” de la productora Patagonik. ¿Alcanza con el talento? ¿O hace falta el concurso? Esperar que alguien te descubra es incómodo. A nadie le gusta esperar, y tal vez nunca suceda. Él salió victorioso, más vivo que nunca, hasta que falleció mientras dormía a los 47 años, en un hotel de San Pablo. Esas cosas del destino.
El aura está disponible en Netflix.